“Iabo utdedra libelabel Ulden nat oikomenikat Elo, un nat nira bo drameg Gunden u antromorfikat Gemen”

Da lef Ianda bo Darg. Ursula K Le guin

marzo 31, 2014

Los escribientes


Muy pocos los han visto hender la arena y muy pocos lo cuentan. Algunos porque piensan que no trae buena suerte y otros porque esperan ansiosamente que terminen su labor para poder interpretar lo que la arena sostiene y luego borrarlo para atesorarlo como propio.
Durante la baja mar de las extensas playas del sur de Ijia, aparecen desde sus moradas ocultas, como fantasmas andrajosos con sus varas largas y rectas, dispuestos a desvelar el futuro, trazando complicados diagramas en la arena mojada, mientras el agua se retira obediente, muy atrás esperando volver. 
El tiempo es corto, tanto como el reflujo de la marea. Quienes lean los signos y dibujos tendrán que hacerlo rápido, llevando las formas y líneas en sus memorias para poder interpretar el destino cuando el mar se haya llevado los trazos.
No hay muchos de ellos y poco se conoce de sus vidas. Sus ojos blancos y vacíos confirman la ceguera desde el nacimiento y sus expresiones perdidas, la seguridad de que están mirando más allá de lo que otros ven. 
Sus varas trazan seguras sobre la arena, las imágenes dislocadas que ojos sin vista perciben del mañana. De vez en cuando detienen sus tarea y voltean sus cabezas al horizonte como oyendo dictados lejanos. Tal vez no nacieron con ojos para poder oír lo que otros no oyen.
La arena hendida se levanta en un surco mágico que dibuja el porvenir con círculos, líneas y puntos combinados entre sí, hilvanando imágenes. Los escribientes trabajan en forma continua de izquierda a derecha, sin dudas ni esperas salvo las miradas sobre el borde distante del horizonte, ilustrando con un encaje de arena, el festón eterno de las playas vacías. El mar paciente espera su turno para volver puntual y lamer las playas hasta la próxima retirada.
No hay testigos y los pocos intrusos observan ocultos y respetuosos porque si así no fuera, los escribientes dejarían su labor para desaparecer en sus cuevas y el futuro se perdería con ellos y con las olas ansiosas trepando por la playa.
Los oráculos de arena no perduran como otros y por lo tanto son los más respetados y codiciados. De lo contrario, qué sentido tendría la arena y no la piedra. ¿Por qué ciegos, porqué marginales y ermitaños, sin contacto con los otros hombres?
Durante su trance, algunos escribientes balbucean canciones extrañas que nadie conoce, sus letras incomprensibles no pertenecen a ningún idioma conocido y no hay escribientes en otras tierras fuera de Ijia. Allí llegaron con los colonos y allí fueron llamados a predecir, arrancando el futuro de la arena. Allí mueren también, siempre de viejos, sobre la tersa humedad de la playa, siempre escribiendo, algunos afirmados en sus varas en un último intento de terminar el dictado misterioso.
¿Quién habla desde el confín del mar y obliga a cubrir de viñetas maravillosas la costa despoblada del tercer continente. Quién guía las varas de los escribientes con miles de alucinantes diagramas que cuentan lo que vendrá? 
¿Quién habla por los escribientes que mojan sus pies desnudos en la playa helada, para dejar tranquilos a los hombres que desde siempre buscan en el presente, la manera de descubrir el mañana?

enero 22, 2012

El valle de niebla

REGISTRO ESCRITO DE EXPLORACIÓN AL VALLE DE NIEBLA.
Región de Irlenislar, Ijia central.
Mes de Denar. Año terrestre 2171.
por Ernesto Furnessi.

Ver más datos en: http://atlasmethonis.blogspot.com/



Situamos el campamento fijo en el Promontorio “A” por donde se puede acceder al valle con vehículos todo terreno.Cabe la posibilidad de acceder por aire pero este medio está vedado por el alto riesgo de contaminación sonora que producen los medios de transporte aéreo.
Hemos dispuesto las cabañas instantáneas en una “U” de 10 x 10 mts y todo el equipo sensor sobre el borde del Promontorio. El camino de acceso se hunde en la capa de nubes a unos 20 mts de donde estamos.
El grupo está ansioso por comenzar la exploración y dejar el tedioso testeo previo y la puesta apunto del instrumental.
Existe una marcada tirantez entre el personal seleccionado para el descenso y el que debe quedarse en el campamento superior como receptor de la información. La selección fue por méritos y antecedentes que por supuesto no conformó a los que se quedan.
Usaremos 2 de los 5 vehículos que hemos traído, completamente equipados para transmitir al campamento de superficie los datos que vayamos tomando del descenso. Llevamos equipo fotográfico sofisticado, dos cámaras de video, una infrarroja, micrófono parabólico para grabaciones a distancia, potentes reflectores de luz fría, equipo de desmonte y excavación manual y otros tantos aparatos de uso biológico que no son mi especialidad.
Conocemos la geografía misteriosa por mapas y relieves virtuales a partir de registros satelitales y una ruta natural posible hasta la zona profunda que se trazó a partir de las maquetas electrónicas. El resto, lo que realmente se vea y pueda tocarse, lo descubriremos en nuestro viaje.
El equipo de trabajo está integrado por un geólogo, un experto en comunicaciones, una bióloga animal, un biólogo vegetal, una médica y quien escribe, periodista científico radicado en este maravilloso planeta desde que se graduó.


Día primero.
Muy temprano en la mañana.

Luego de desayunar iniciamos el descenso marchando a una velocidad de entre 5 y 10 Km/h sumergiéndonos en el primer estrato de nubes permanentes. Esta capa está en contacto con la atmósfera diáfana exterior y se eleva o desciende como la marea de los océanos a causa de las variaciones de presión y temperatura de la región. La visibilidad en el Estrato I no pasa de los 30 mts, lo que nos permite ser constantes en nuestra velocidad de avance, en la medida en que el terreno lo permite.
El paisaje no es muy diferente respecto al de la superficie por lo que no motiva investigaciones “in situ”.
Más abajo, hemos empezado a observar las primeras modificaciones que se manifiestan especialmente en la desaparición de especies vegetales de flor, sin duda, como dicen el biólogo vegetal, por la ausencia permanente de sol directo.
En este ambiente húmedo hasta la saturación, donde las superficies están permanentemente mojadas, todo es color grisáceo y deslucido, incluso las plantas que si bien reciben rayos ultravioletas, no ostentan los verdes del resto de vegetales de la superficie. La zona de transición abunda en especies intermedias e indefinidas que empiezan a hacer las delicias del botánico del grupo.
El especialista en clima conjetura variantes importantes y cíclicas del nivel de nubes que puede haber producido estas especies extrañas que quizá toleran el sol en períodos breves de su existencia.
Con respecto a los animales, no hemos encontrado moradores por los alrededores; como previsión, hacemos altos de silencio absoluto para percibir ruidos o gritos en la niebla, el resultado es negativo en lo que va del viaje.

Este primer estrato, tiene dos niveles muy marcados; uno hasta los 40 mts de profundidad relativa y otro, inferior, con un incremento sustancial de la densidad de nubes y por supuesto una disminución de la luminosidad ambiente.
La visibilidad se ha reducido a la mitad y la sensación de opresión se ha hecho manifiesta, aunque más por razones psicológicas que reales. Nuestra comunicación con la superficie es constante y una curiosidad digna de mencionar, la hacemos en voz baja tal vez para no perturbar la calma circundante.
A esta profundidad el silencio es absoluto, la nubosidad extrema, no hay la más mínima brisa y vagamos por un territorio poblado por vegetales desprovistos de hojas formado por musgos y líquenes que lo cubren prácticamente todo. Tienen los más maravillosos colores que puedan imaginarse, combinados de las maneras más audaces que un plástico pueda imaginarse. Estamos documentando con fotos y videos este mundo tan contrastante con el que dejamos arriba de grises desabridos.

Medio Día.

Hemos almorzado a los 70 mts y estamos realizando caminatas por los alrededores recogiendo muestras. Dimos con los primeros especímenes animales del Valle. Tienen un color gris metalizado que no condice con el colorinche de los alrededores, miden casi 50 cm de largo y casi 10 de grosor, se levantan otros tantos del piso y se mueven a una velocidad asombrosa. Se mueven en parejas y no se alejan uno de otro más allá de una distancia prudencial. No tenemos intenciones de capturar ejemplares vivos, pero si de documentarlos con imágenes. Logramos pesar uno y lo liberamos inmediatamente. Era, quizá, el ciempiés más grande de todo el universo. El geólogo preguntó si la profundidad traería bichos cada vez más grandes, a lo que la bióloga contestó que por el momento lo más grande que se movía por los alrededores éramos nosotros. El tiempo y la profundidad le demostrarían que estaba equivocada.
El Estrato I continúa con una constante pendiente hacia la profundidad. Todo este recorrido que relato no es en línea recta, ya que dependemos de la reconstrucción electrónica que preparó la computadora y de un camino que permanentemente se reconsidera, si algún inconveniente impide seguir el prefijado. Por otra parte, el descenso en zig–zag permite barrer mayor cantidad de terreno. Nuestros acompañantes son los ciempiés gigantes, siempre en parejas y tan escurridizos como de costumbre.

Media Tarde.

Hemos llegado a un abrupto filo donde la pendiente que veníamos recorriendo termina. El filo de que hablo se extiende hacia ambos lados en una amplia curva semejando un enorme teatro griego. La caída hacia la profundidad se hace ahora con una pendiente de casi 60%, impracticable para el todo terreno al menos donde nos hallamos. Estamos a 90 mts de profundidad y recorremos el borde del abismo buscando un posible descenso que la computadora anuncia a varios metros de distancia. Las nubes son espesas y la presión atmosférica ha variado desde que salimos del campamento de superficie.
Hemos encontrado el paso para trasponer el Primer Filo y nos movemos ahora por una cuesta muy empinada hacia lo profundo.
La vegetación es ahora absolutamente exuberante y rara, no solo porque es extraterrestre sino porque es anacrónica respecto del resto de especies de la superficie del planeta. No tienen flores, la bióloga asegura que pertenecen a la familia de los helechos, levantan casi un metro del suelo y alternan con los líquenes y musgos que empiezan a ralear. El silencio algodonado se interrumpe por momentos con ráfagas de lluvia que golpetea sobre los techos de los vehículos. La marcha es muy lenta, el terreno es accidentado y pedregoso, el geólogo dice que el filo pudo ser una falla donde el terreno se fracturó y bajó bruscamente durante la formación del valle.
La luz ha empezado a disminuir en la medida que ha avanzado la tarde, los colores han desaparecido del paisaje y todo es gris. Encontrar el paso a través del Filo nos ha llevado más tiempo del que pensábamos por lo que hemos decidido hacer noche en un rellano bastante amplio rodeado de peñas y helechos.

Noche.

Las nubes se han teñido de una opalescencia amarillenta, señal de que la luna brilla en el cielo; no obstante, la noche es tenebrosa alrededor nuestro. Estamos en un limbo sin distancias ni límites precisos, nuestro universo son los vehículos y un poco de suelo iluminado por la lámpara exterior. Hemos instalado una manga impermeable que conecta entre sí los dos todoterreno así podemos evitar las lluvias esporádicas que se descargan sobre nosotros. Algunos ordenamos notas y revisan equipos, otros entre tanto prefieren refugiarse en el vehículo libre y compartir una litera. Nadie se sorprende en estas circunstancias de alguna desnudez inesperada.

Media Noche.

El guardia de turno nos ha despertado a todos, inclusive a los de la litera y nos ha pedido que miremos afuera.
Nada agradable el espectáculo del exterior. Son repulsivas en su tamaño normal, así que imaginen babosas grandes como sandías dispersas por todos lados, subidas sobre el equipo que habíamos dejado en el exterior e inclusive sobre los todoterreno. Las mujeres asqueadas más que horrorizadas nos pidieron no abrir las puertas, por nuestra parte decidimos fotografiar y grabar desde las puertas laterales de los vehículos sin entrar en confianza con los visitantes. Al parecer por las marcas que dejaban en algunos equipos, la baba de sus rastros era corrosiva.
Probamos apagando la luz, pero indudablemente no era ese el factor de atracción, al igual que sus congéneres terrestres estas babosas son de hábito nocturno.



Día segundo.
Temprano en la mañana.

Hemos desayunado y hemos emprendido la tarea de limpiar el asqueroso resto de la visita de las babosas. La lluvia constante de esta mañana nos ha aliviado la tarea de sacar baba del equipo. Como supusimos es corrosiva para algunas pinturas lo que supone agresiva para la piel humana.
La bióloga, suculenta como las visitas de la noche pasada, encontró una babosa dentro de una caja de herramientas, el bicho debió investigar el interior y la caja se cerró encerrándola. No esperó para medirla y pesarla, la marca arrojó 8 Kgs y 65 cms de largo, enormes cuernos para ver y palpar y un cuerpo parduzco como el de cualquier babosa del universo. Seguimos sus “pasos” un trecho una vez liberada y no tardó mucho en encontrar un hueco entre las peñas donde refugiarse de la luz.

Continuamos camino siempre en descenso, esperamos arribar en poco tiempo a la “Planicie Media”, una especie de meseta de algo así como 1 km de ancho y a casi 190 mts de profundidad.
Han aparecido los primeros helechos arbóreos de casi 3 mts de alto, que están a medio camino de ser palmeras, las láminas que representaban los paisajes del carbonífero en la Tierra no pudieron estar más cerca de la realidad. Mi observación sobre el parecido con palmeras ha provocado comentarios adversos de parte del biólogo vegetal.
De las frondas de los árboles cuelgan hilachas de plantas aéreas, mientras que el suelo está cubierto de desechos vegetales. Las nubes se arremolinan y se desgarran por brisas de aire y de vez en cuando podemos extender la mirada a más de cien metros.
Las ráfagas de lluvia son fuertes y el agua forma charcos y arroyos que buscan la profundidad serpenteando por entre los árboles.
La selva se cierra por momentos y es difícil de transitar.

Medio Día.

El almuerzo lo hemos hecho fuera de los vehículos y bajo un gran toldo que nos protege de la lluvia y de los insectos grandes como pájaros que se estrellan contra el mosquitero. Me silban los pulmones desde que empezamos el viaje y ya no tenemos ropa seca que usar. El microondas nos soluciona el problema del calzado y de la ropa interior, aunque los técnicos de superficie nos imploraron no usar el aparato para secar ropa.
¡Han aparecido los primeros reptiles caminadores!. Son de un tamaño muy acomodado, no más que 1 m de altura, cola larga, andar en las patas traseras, manchas coloridas por el cuerpo, ojos vivaces e inteligentes y dientes como sierras en sus grandes bocas. Graznan como gansos pero no tienen nada que ver con nuestros impávidos reptiles terrestres. Se acercan con cautela y comen nuestras sobras. La bióloga las esteriliza con radiación ultravioleta para evitar la mayor cantidad de microorganismos extraños.
Es entretenido observarlos, se acercan con sigilo mientras no nos movemos, pero al menor gesto escapan para refugiarse entre las plantas. Cazan insectos de tierra y por supuesto las infaltables babosas. Las reconstrucciones cinematográficas que hiciera el cine a fines del Siglo XX no estuvieron tan lejos de esta versión metona de la paleohistoria.
La gran cantidad de insectos que muere enredados en la tela mosquitero ha surtido de especímenes a la bióloga, está complacida en no tener que matarlos, su formación académica se lo impide. Su contextura física nos impide a los varones del grupo, concentrarnos en nuestro trabajo. La médica del grupo, teme por picaduras e infecciones por lo que ha prohibido salir del comedor sin repelente suficiente. No podemos negar que mientras no comparte la litera, vela por nuestra salud.
Percibimos a lo lejos el sonido característico de una caída de agua, los mapas indican un río a unos kilómetros al sur y el fin de la Planicie Media. El experto en clima nos comentó que la planicie capta la mayor cantidad de agua de lluvia y que forma los principales afluentes de los ríos inferiores, el fragor lejano debe ser uno de ellos.
Avanzamos un poco más por la llanura y la selva se ha raleado, apareciendo otras especies más altas y novedosas. Acampamos a metros del Segundo Filo, el que da paso a otro abismo no tan dramático como el primero aunque no menos inquietante. Invertimos el tercer día entero en catalogar y hacer pruebas, ayudo intensamente a la bióloga en sus investigaciones y he instalado detectores en los bordes del Filo.

Lejos del fragor de la cascada que nunca vimos, el silencio se ha hecho nuevamente opresivo, salvo por las ráfagas de viento que susurran entre los árboles y que levantan las nubes para mostrar el paisaje maravilloso de la prehistoria. No obstante, esforzando el oído y con el equipo disponible, escuchamos por primera vez, una lejana voz viva en este mundo encriptado. Suena ahogada y asordinada, parece la sirena de una fábrica o de un barco en alta mar. Emite tonos altos y bajos con frecuencias constantes, como hacen los pájaros. Parece llamar y llamar lastimeramente sin recibir respuesta.
La bióloga conjetura que el animal debe ser muy grande por las características de la voz. Mientras gesticula con sus manos formando al animal en el espacio, yo miro maravillado su blusa entreabierta. Ella imagina un lento y pesado reptil y yo imagino compartir su litera si la doctora y climatólogo me lo permiten.
Suponemos que el dueño de la voz lastimera es terrestre y que no se mueve muy rápido, también puede ser acuático y estar en las aguas del Mar Interior. Tampoco vuela, eso le facilitaría trasladarse rápidamente de un lado a otro. El grito, según los equipos viene de por lo menos 10 kms de distancia.

Día tercero.
Temprano por la mañana.

“Los plegamientos que formaron el Valle de Niebla fueron concéntricos, de manera que cada formación se mantiene constante en todo el perímetro del valle y a la misma profundidad” dice el geólogo, agregando que es un caso por demás interesante y que el valle pudo tener origen volcánico. He notado, por otra parte, que pide constantemente al ingeniero en comunicaciones que revise el equipo de espectroanálisis, generalmente lo hacen juntos en el vehículo y se demoran bastante. La bióloga confirma mis sospechas y me reta por ser chismoso.
Levantamos campamento y emprendemos la marcha hacia el paso a través del filo. Traspusimos así los 190 mts de profundidad y entendimos al poco tiempo de descender el por que de las nubes arremolinadas, algo que el satélite no había detectado. A esa profundidad y como un telón que se levantaba, las nubes se estratificaban de nuevo y el aire bajo ellas, volvía a ser diáfano como en la superficie. El inmenso valle se abría en toda su amplitud y dejaba ver todas sus bellezas desde una panorámica inusitada.

Medio día

Colinas cubiertas de raros árboles sin flor, praderas de helechos bajos, gramíneas y juncos a lo lejos cerca del agua, árboles gigantescos hundiendo sus raíces en las marismas y por fin, el “Mar Interior”; prisionero en la profundidad entre las tierras bajas y morros cubiertos de selva; recortándose entre la vegetación y enmarcándose del otro lado de valle con el anillo de colinas y contrafuertes de piedra.
El teleobjetivo revela por primera vez los detalles que la distancia ocultaba. Increíbles y sobre todo vivos, porque allá a los lejos, anfitriones de aquel mundo olvidado, vagan de un lado a otro como hace 70 millones de años, los enormes reptiles prehistóricos que tanto habían dado que hablar a la Tierra en los finales del Siglo XX.

Tan lejos y tan escondido en el océano galáctico, un planeta gemelo del nuestro había preservado por un capricho geológico, lo que una catástrofe global había borrado de la Tierra millones de años atrás.

Hacia el Mar Interior fluyen los tres ríos hermanos, volviéndose perezosos en su último tramo por la pobre pendiente, sorteando los morros y contrafuertes, creando miles de lagunas y marismas, donde paseándose con el agua a medio cuerpo, buscan alimento los enormes reptiles anfibios.
Ya mar adentro, algunos lomos jaspeados de colores asoman fuera del agua, mientras que animales voladores picotean las pieles húmedas liberándolas de parásitos y algas.

El otro lado del anfiteatro natural revela una pradera continua y limitada en ambas direcciones por los morros y contrafuertes, separada del agua por unos cuantos metros de altura. En su vasta superficie verde se mueven algunos animales de tierra de cuellos cortos y escamas erizadas en sus lomos. En lo alto de las peñas que trepaban hacia las nubes, inmediatamente sobre la pradera, un sin número de seres alados revolotean sin cesar. Gran cantidad de nidos hechos de barro coronan las crestas de piedra y multitud de crías esperan los peces que sus padres sacan del agua con vuelos rasantes.

Durante horas nos agolpamos por turnos frente al teleobjetivo o frente al video, encontrando más y más maravillas en aquel mundo oculto. En nuestra permanente búsqueda hemos hallado al dueño de la voz distante y misteriosa. Se trata de un enorme animal de color gris azulado que pasta en la pradera distante. Sobre él se posa innumerable cantidad de seres alados, algunos con plumas y otros membranosos. Los emplumados son los parientes lejanos de las aves del Metón moderno, los otros, no han cambiado mucho respecto de los reptiles voladores que poblaron la tierra y que todavía pueblan este planeta.
El gigante de la pradera azota los pastos con su enorme cola, levantándola del suelo algunos metros, el cuello en el otro extremo de su cuerpo, remata en una pequeña cabeza donde dos ojos plácidos miran la distancia con desgano. El animal quizá no alcanza a percibir nunca la cantidad de seres que moran sobre su espalda, comiéndole los parásitos.
El grito lastimero se proyecta en el aire cálido del valle mientras el animal levantaba su cabeza para hacerse oir. Del otro lado del valle, con algunos kilómetros de mar y bosques de por medio, otro grito contesta lejano pero convincente. Nuestro héroe gira su cuello en la altura y hacia el origen de la respuesta. Después de algunos segundos su cuerpo inicia complicados y lentos movimientos para girar sobre si mismo y emprende la marcha hacia su destino. A su paso se levantan otros animales voladores que se ocultaban entre los pastos y muchos corredores que a saltos escapan del peligro de morir aplastados. Parsimoniosamente, con su nube de “pájaros” siguiéndolo, marcha en busca de la voz que le contestara desde tan lejos.

Durante el almuerzo, la bióloga dice que mi relato del “héroe de la pradera” es una interesante manera de combinar crónica con literatura. Yo le agradezco el halago y lleno su vaso de jugo. Me pregunta cuánto hace que me dedico al periodismo científico y cuánto hace que estoy en Metón. Le contesto y repregunto otras pequeñeces hasta que la invito a caminar por los alrededores alejándonos del campamento. El relato se enriquecerá con sus comentarios y mi imaginación se desahogará en su litera, si a la noche me lo permite.


Narración periodística de las "Crónicas Metonas", en Atlas Methonis, Ediciones Ulpianas, Nova Roma, 2190.

junio 15, 2011

Ritos y ceremonias

Los cielos de Metón.

No cabe duda que un mundo con un firmamento tan variado en fe­nómenos celestes, produce en la cultura que lo puebla,  un sin fin de inspiraciones de orden místico, social, filosófico o existencial.
Una luna gigante que ocasiona eclipses constantes y magníficos,  además de  mareas  colosales o un planeta gaseoso, muy próximo, que cada 12 años se acerca notablemente, brillando en los cielos con luz violácea y fan­tasmal; son quizá los más fuertes  elementos para estas inspiraciones.
Metón tiene un satélite con  casi la mitad de su tamaño, esto hace que la idea de “noche” tal como la conocemos , sea distinta en el planeta. Si agregamos a esto que esa luna está poblada por vida vegetal y animal y que su faz  es cambiante porque gira sobre sí misma, hay una diferencia sustancial comparada con la vista de nuestra luna muerta y su cara fija respecto de la Tierra.
Celebraciones como “El Año Mayor”, las vigilias de las “Noches sin Sîma”, merecen descripciones completas junto con las fiestas estacionales o los ciclos de las cosechas.  Algunas de ellas hemos intentado describir en este ensayo que preparamos.

El año mayor

Esta celebración abarca variados aspectos del quehacer sociocultural del planeta, aunque dependa de un fenómeno astronómico que se repite cada 12 años cuando el planeta Etosia, el único gigante gaseoso del sistema Zel, se acerca a Metón durante el afelio.

La órbita del gigante es casi circular  en cambio la de Metón es elíptica, esto determina que,  mientras los dos planetas giran alrededor de la estrella madre, sus distancias se modifican según Metón se aleje del sol hacia su punto de afelio. Cuando esto ocurre, cada doce años, las órbitas se aproximan y Etosia se hace enorme el cielo de Metón.
El fenómeno siempre se produce en invierno porque las estaciones de Metón dependen de la distancia a Zel y no de la inclinación del  eje del planeta.
Cumplido este ciclo, la cultura metona festeja el “año mayor”, es decir un período entre cada apogeo  de Etosia.
Este lapso, regula muchos aspectos de la vida del planeta, el “año mayor” determina el cambio del lugar de sesiones de la Drima Continental, los ciclos de floración  de los árboles de Nalim, los celos de los kalontes o los festejos de fundación de ciudades.
Las noches de invierno  sin luna, sólo iluminadas por la luz violácea de Etosia en lo alto del cielo, son las esperadas por los grupos esotéricos que esperan el cambio de ciclo y la confirmación a las profecías del  poeta Belisio de Yilur.
Para un terrestre, el período equivale a 12 años, poco más de una década

Fiesta de las campanas.

Esta celebración es quizá un ejemplo acabado de la directa relación de los ciclos natura­les con la gran mayoría de acontecimientos  culturales metones.
En la planicie de Inga, en la costa occidental de Ekluria, el río Burna atraviesa un vasto  territorio plano que hace al cauce lento y meandroso  y donde crecen árboles de amplias copas, que bordean ambas riberas   proyec­tándose sobre el agua.
Durante la primavera metona, simultánea en todo el planeta, las co­pas de los árboles se llenan de flores que luego de fecundadas caen al agua para flotar llevadas por la corriente.
Kilómetros más abajo, el río atraviesa la ciudad de Ispora. Sus habi­tantes, con la llegada de los primeros calores, montan guardia sobre las aguas y esperan las primeras flores flotantes. El aviso de los vigías corre de boca en boca y llega hasta el campanero del edificio de la asamblea. El repique alerta a toda la población y sea de noche o de día los habitantes corren al río a recoger las flores que trae el agua, para llevarlas  a sus casas.
Si las flores están frescas y lozanas después del viaje, los augurios son buenos y las cosechas prósperas, si no es así y llegan maltrechas y mordidas por los peces o los pájaros, el año puede que sea duro.
A lo largo de siglos, esta fiesta perdura y la floración de los árboles determina el curso de los acontecimientos de toda las comunidades que dependen del río.
9–02–95

Vigilia de las noches sin Sîma

Durante el novilunio y especialmente en las tierras del sur de Zelidar, se iniciaron las prácticas de los rituales de vigilia nocturna, quizá originados en épocas protohistóricas.
Estos rituales  consistían en danzas y sacrificios de animales, especialmente feroces, que debían ahuyentar los espíritus malignos que asechaban en las noches oscuras.
La sangre de los animales feroces y la exaltación de las danzas, contrarrestaban el poder oscuro de lo desconocido y el temor a la oscuridad en definitiva.
Las vigilias, con variantes según las zonas, duraban las noches sin luna, en tanto que ni bien se dibujaba el cuarto creciente en el cielo, se procedía a quemar los elementos rituales en una hoguera.
Se trataba de ritos emotivos y sobre todo cargados de gozo y placer, abundaba la comida, los fermentos de frutas y el intercambio de presentes. De ninguna manera debía manifestarse temor, tristeza o dolor. Estos sentimientos podían alentar a las fuerzas oscuras a perjudicar las aldeas.
La bienvenida de la luna, la hoguera final y la primera noche clara, permitían a los pobladores dormir en paz hasta el próximo ciclo lunar.

Tiempo nocturno

La cultura metona tuvo con la noche un particular tratamiento, considerándola no solo un tiempo de receso físico, sino también una etapa de recogimiento y  concentración espiritual luego de las actividades del día. Esto no debe sorprender si se considera que por los relatos y datos escritos sobre la fisiología humana nativa, los metones dormían en comparación mucho menos tiempo que los humanos terrestres pero tenían una dedicación especial por los sueños, su control y su interpretación.[1]
De cualquier manera, la noche era tan especial para este mundo que se la recibía con un ceremonial muy elaborado que se desarrollaba no sólo en las casas  particulares sino también las instituciones que estructuraban la cultura metona.

Pareciera que la veneración deriva de los orígenes primitivos de la civilización y de los ritos de fuego que las tribus originales  mantenían  durante la caída del sol, la aparición de la luna y el próximo amanecer.
Algunas poblaciones modernas consideraron la noche como un tiempo vedado a los trabajos físicos y sólo permitidos para los servicios religiosos, las labores domésticas, los oficios artesanales  y el trabajo intelectual; que para el caso era considerado  una labor especial que merecía el privilegio de hacerse de noche.

Cualquiera fuera la interpretación que se hiciera de la noche, o las prohibiciones que reglaran el trabajo nocturno, la lámpara de aceite fue el símbolo de la hoguera primigenia  que mantenía alejada a las bestias y peligros de la noche y también el símbolo del control sobre el fuego;  luego de las etapas de nomadismo y de la adquisición del  control sobre el más poderoso de los elementos de la naturaleza. Así mismo la lámpara de aceite fue el objeto de uso imprescindible para cualquier hogar o institución metona a la hora de marcar el corte entre una mitad del día y la otra.

Especialmente en la vida doméstica, este siempre fue un objeto preciado en la casa y no podía ser comprado sino que debía ser obsequiado por vecinos o progenitores de los nuevos dueños de casa o fabricado por ellos mismos. Su reemplazo por rotura era también una complicada ceremonia y cualquier hogar debía tener un substituto por cualquier eventualidad.


El trabajo de fabricación debía ser siempre artesanal, usando metales nobles si se trataba de piezas suntuosas, porcelana o cerámica según se tratara de hogares más humildes.
Su ubicación dentro de la vivienda respondía a una estricta relación con la salida del sol  ya que siempre se los ubicaba en oposición a alguna ventana que orientaba al este, a fin de que la lámpara vigilara la salida del sol y se apagara cuando este asomaba por el naciente.
En algunas ocasiones se introducía dentro de un pequeño nicho en la pared correspondiente, generando un ámbito especial para la trémula luz.
El encendido de la llama de aceite se acompañaba de una serie de oraciones sencillas que cualquiera de la casa podía realizar mientras bajaba la luz natural.

Con la aparición del cristal, las lámparas incorporaron fanales para proteger las llamas de las corrientes de aire y los diseños se enriquecieron  con novedosas formas obtenidas a partir de la técnica del  soplado.

Cada cultura y sus particularidades regionales incorporaban  rasgos especiales a los diseños, vinculados a las formas de la naturaleza vegetal o animal, a los ciclos de mareas,  fenómenos naturales y otros.

A continuación una breve muestra de algunas piezas pertenecientes al MMAM[2] de Legedan 


Lámpara de aceite con fanal.
Isla de Ekerán, Yacimiento de Nusia. Circa -200.

Pedestal de oro de Metón con aberturas inferiores para mejorar 
la combustión.
Recipiente interior de cristal coloreado en técnica de soplado 
sobre soporte de oro.
Fanal removible en cristal  soplado (se los ha encontrado también 
tenuemente coloreados).
Apoyos del pedestal  simulando patas de batracios en 
alusión a las criaturas nocturnas.

L.A.1523.M


Lámpara de aceite simple
Yacimiento IV del río Moderán medio. Circa  -250


Botella de cristal  soplado con tapón de oro roscado y pedestal  
fijo, también de oro.
Sobre el cuerpo de la botella se observa grabado de las posiciones astrales 
de Etosia, durante el  Ciclo del  Año Mayor.
Su uso se hacía los días correspondientes a las celebraciones de las distintas 
posiciones de la estrella, en conjunto con las lámparas nocturnas 
comunes.

L.A.2398.M

 
Lámpara de aceite colgante
Isla de Ekerán , yacimiento de Nusia. Circa  200

Fabricada en  ebók repujado (aleación equivalente al bronce terrestre) 
y armada a partir de dos hemisferios unidos por soldadura.
En su  hemisferio inferior se ha burilado el  ciclo de las fases de 
Sîma, donde la luna se ha representado con incrustaciones de 
marfil de Ekerán.
Este tipo de lámpara se colgaba en  el  interior de un nicho u 
hornacina.
Los cordeles que la sujetan son  de crin trenzada de lenuro y el  
remate de la tapa es una incrustación en piedra negra semipreciosa 
en forma de esfera.
La terminación pulida de la lámpara tiene detalles de repujado áspero 
que coincide con los soportes.
El brazo del quemador remata en un mechero con motivo floral.

L.A.7532.W



Lámpara de aceite sobre plato.
Valle de Inube, yacimiento VII. Circa -430

Botella de cristal soplado traslúcido y tapón de oro de Metón, 
ajustado con guarnición de fibra vegetal.
Trípode  fijado a plato de base también en oro de Metón, con 
grabados de signos místicos coincidentes con los meses del  
año metón.
La extremada delicadeza de la pieza está vinculada con los 
ámbitos y quehaceres femeninos.

L.A.2398.M



[1] BUNGES Jorge Luis. Los laberintos de Metón. Sudamericana. 2171. Buenos Aires. Bunges advierte que la vocación nocturna de los metones, más que una necesidad fisiológica es al fin una necesidad metafísica de conectarse con la vida onírica.
[2] Museo Metropolitano de Arte Metón.

febrero 20, 2010

Comentario sobre la novela “Excursión” de Bernardo Heiller. (EMECE Editores. Buenos Aires. 2175)


Bernardo Heiller fue un escritor latinoamericano que no le hizo honores a sus compatriotas en lo  que a producción se refiere y escribió una sola obra mediocre y desvaída, con un solo mérito: estar ambientada en Metón.

Heiller decide escribir el libro a partir de un viaje de placer a Metón, solventado con la fortuna de su familia y superficialmente documentado con algunos escritos de segunda mano que consultó a su regreso a la Tierra.
La novela, si decidimos acordar que el escrito   tiene categoría de tal, tiene como protagonistas a un grupo de excursionistas, de ahí el sugestivo título; que en un viaje de placer, tienen un encuentro “poco convencional” con los extintos pobladores del planeta.
Ya en el planteo de la trama, Heiller desaprovecha el misterio de Metón extendido  ante sus ojos y decide inventar un conflicto de su propia cosecha, pero seguramente más vendedor que la simple realidad.

El pastiche literario combina apropiaciones de la personalidad, escenarios  exóticos que al menos respetó de la realidad, demasiados personajes  que en más de una vez complican la trama y sobre todo un encuentro místico-metafísico entre los protagonistas y los antiguos pobladores venidos a divinidades prisioneras. La novela, escrita en primera persona , agrega una pareja que se conoce en el viaje, alguno que otro conflicto  de grupo y un final feliz que nos deja contentos a todos, especialmente al editor.

Lo rescatable del trabajo, sobre todo para los que hemos estudiado al planeta en forma prolija y sistemática, son las pormenorizadas descripciones de los escenarios reales, que para Heiller resultaron impactantes; el resto, un argumento digno de llevarse al cine en una producción de bajo presupuesto y sin locaciones originales.

Los allegados al autor cuentan las infatigables visitas que hizo a cientos de editores y los rotundos rechazos que acumuló como trofeos. El libro, al fin publicado, salió a la venta a finales de 2175, tuvo una tirada exigua  de ejemplares digitales y terminó en los mesones  electrónicos  en un paquete de oferta con otras obras por el estilo.

No obstante su desavenido nacimiento, “Excursión” hoy es un clásico que se estudia como uno de los peores ejemplos de novela, sobre todo después de la insospechada recuperación que tuvo el género  en los últimos años.

Heiller terminó sus días como el primer autor que situó una novela en Metón y el peor novelista del siglo XXII.

La historia  de la literatura terminó ubicándolo en un sitio  destacado, a pesar de todo.


Ernesto Furnessi.
Publicado en "Methons Cronicles".
Yorkers Editors. 2187.







febrero 10, 2010

Ernesto Furnessi. Aproximaciones a su saga.

Ernesto Furnessi fue investigador de la Universidad del Oeste hasta que en 2190 decidió embarcarse a Metón en un programa de intercambio voluntario.
La Comisión de Conquista otorgaba viajes gratis a cambio de trabajos posteriores en el planeta y según sus aptitudes universitarias, Furnessi presentó un proyecto de investigación sobre Culturas Extintas que la Comisión aprobó. Sin esperar, el aburrido universitario abandonó su gabinete en la Tierra y se radicó en Metón para cumplir con la investigación propuesta.

El trabajo programado en 18 meses se cumplió en tiempo y forma y el informe y conclusiones se entregó a la Comisión de Conquista antes que cualquiera de los otros voluntarios. Desde ese día, libre de la responsabilidad pero también afincado definitivamente en Metón, inició la saga que lo hizo famoso. Preparó un equipaje mínimo de enseres personales, un microprocesador compacto de cristales, una captadora de imágenes, su graficador de estilo y abandonó los bordes de la civilización para adentrarse en el misterioso secreto del mundo abandonado.

Desde su partida, las conjeturas que se tejen son variadas, sobre todo alrededor de la gris personalidad de Furnessi que a partir de esta decisión, produce un cambio vital a tal extremo que podríamos estar hablando e dos personas distintas. Quienes han estudiado a Furnessi a través de la lectura de sus crónicas; sociólogos, psicólogos, exobiólogos, arquitectos, lingüistas y filósofos; además de haber obtenido datos que aportaran a desnudar la personalidad “esquizofrénica” del cronista, encontraron la inmensa oportunidad de poder armar el gigante rompecabezas de Metón. Sin embargo, quien se dedicó a su saga y fue más allá de sus manías, patologías o curiosidades de la personalidad, fue su biógrafa póstuma Eleonora Solís; la mujer que siguió sus escritos, sus pasos y su misteriosa desaparición y que dejó una obra compendio para la posteridad que tituló “Soy Furnessi”

Volviendo a su saga, la precisión con que organizo la obra, como también la pasión que puso en cada línea y en cada mapa de los lugares que visitó, habla de un trabajo casi anacrónico para una época de tecnología sofisticada aplicada al conocimiento. Si consideramos que Metón se cartografío antes de ser repoblado, de muy poco parecen servir los mapas manuales que construyó palmo a palmo, solo y en territorios vacíos. No obstante, la precisión y profundidad de detalles de estos mapas y relatos es abismalmente superior a la que las sondas de exploración obtuvieron antes de los desembarcos. Hoy después de varios años, las guías turísticas de Metón, siguen utilizando las espectaculares ilustraciones de Furnessi, sus mapas de recorridos y sus comentarios de ruta. Alguien escribió sobre él que, pese a los recursos técnicos de que disponía y al enfoque decimonónico que le imprimió a su saga, logró un estilo innovador y evocativo de los grandes emprendimientos de finales del S XIX, sobre los también finales del S XXII. El resurgimiento de la extinta vocación literaria de la crónica.

En su obra, algunos temas son tomados por Furnessi desde una mirada neófita o al menos fuera de su formación en las ciencias sociales. No obstante, la notable sensibilidad del cronista, logra generar profundos análisis y conclusiones sobre cada observación. Sus comentarios se explayan sobre el paisaje mirado por primera vez por un humano no nativo; sobre la flora y la fauna desconocida, las ruinas de la cultura desaparecida y hasta sobre los rastros arqueológicos que infieren costumbres y que Furnessi reconstruye a partir de datos al parecer inconexos.

Es quizá importante para algunos la extraña personalidad de nuestro héroe pero más suculento es el increíble mundo que sacó a la luz.



  

enero 07, 2010

El alfabeto de zelidar.

En esta imagen tomada de una hoja del cuaderno de notas de Furnessi, el investigador traduce los signos del alfabeto de zelidar y en este caso apunta datos sobre la singular manera de escribir con sólo las consonantes. Como comenta Furnessi, este modo de escritura se aplicaba a las titulaciones y encabezados.


Seguidamente, otra imagen de una hoja de prueba que seguramente Furnessi corrigió antes de enviar a edición.
Obsérvese las multiples acotaciones que el investigador agregaba al texto.
Eleonora Solís, en la biografía de Furnessi, marca este rasgo obsesivo en  todos sus apuntes y lecturas de investigación.

diciembre 29, 2009

Poema/canción infantil. Apunte de Ernesto Furnessi sobre ensayo publicado.


“Nimbâ nimbai,
Usup den bai,
Imbim ei lobsa,
dega erindai”

Poema infantil, posiblemente canción (se desconoce su entonación), que encontré grabado la corteza de varios árboles en los bosques de la región Enisor, cerca de la ciudad costera de Enisorai.
Las dos palabras iniciales refieren al atardecer y el otoño. Se trata en realidad de la misma palabra “Nimbâ” que por su posición se halla modificada en el segundo caso, con una “i” adicional. El acento circunflejo que se agrega a la forma latinizada, sirve para alargar la “a” en su pronunciación.
El uso de la misma palabra modificada es una forma antigua de declinación del idioma de Zelidar, que luego cayó en desuso con la evolución de la lengua.[1]

El verso traducido aunque no rimado dice así:

“Atardecer de otoño,
hojas que caen,
yo busco los hongos
de bruces en el suelo”

La palabra “Imbin” refiere simultáneamente a cierto hongo comestible y a seres imaginarios del folklore popular que podríamos asociar con los duendes de la tradición anglosajona. El poema/canción deja abierta la relación universal entre los hongos y los seres imaginarios del bosque, en tantas culturas humanas tanto en la Tierra como en Metón




[1] DOMSKY  Joan. Linguist patterns in methonian languages.  Leicester editors.  2199